Yo te esperaba en las escaleras de la facultad, y vos llegabas, tu carita llena de felicidad. Te daba un beso, te tomaba el brazo, y los dos sonrientes íbamos charlando hasta el bar de en frente. Un par de horas, unos cigarrillos, dos o tres cafés y hablar de cosas, de un montón de cosas llenas de niáez. Amigos fuimos, simplemente amigos, pero tan amigos, que si nos quisimos, no lo confesamos ni una sola vez. Tanto fue el cariáo de nuestra amistad. Corazón de niáo, robando la edad. Yo no me arrepiento si fuimos los dos, simplemente amigos, para siempre amigos hasta nuestro adiós. La despedida no nos hizo herida, no dejo rencor. La despedida fue en un largo beso, pero sin rubor. Miré tus ojos, de tus grandes ojos una lagrimita se escapó corriendo por tu naricita. No me dijiste qué nos separaba, ni te pregunté. Lo presentía, me lo imaginaba, pero me callé. La despedida fue en las escaleras, no en el bar de enfrente. Sin el par de horas, sin los cigarrillos, sin nuestro café.