Destino de trinchetas, de suelas y semillas,
al pie de la banquilla en el viejo galpón,
el golpe del martillo cantaba tempranero
pa' darnos el puchero, mi viejo el remendón.
Poniendo sus remiendos de penas sobre penas
Que, como una condena, la vieja le dejó
y que al abandonarnos en ese trance amargo
mi abuela se hizo cargo de mi hermanito y yo.
La abuela
de cabellera rojiza,
una tanita petisa, de Murano.
¡Pobre!
siempre peleando al destino
por los queridos bambinos
de su hijo el artesano.
¡Y ahora,
cuánto, cuánto hubiera dado
por tenerlos a mi lado, a la nona
y a mi viejo el remendón!
La tinta de sus manos, la suela y el cuchillo
y el canto del martillo fueron su confesión;
no sé si tuvo tiempo de conocer la vida,
por darnos la comida a soledad y galpón.
Y vi que, poco a poco, los aáos, la banquilla,
doblaron sus rodillas sin mendigar perdón;
y así se fue del mundo llevándose grabado
su sueáo destrozado, mi viejo el remendón.