Era una paica papusa,
retrechera y rantifusa
que aguantaba la marruza
sin protestar hasta el fin.
Era un garabo discreto,
verseador y analfabeto
que trataba con respeto
a la dueáa del bulín.
Esto no es vida decía
la percanta, noche y día
y de celos se mordía
cuando amigas veía
con sus sombreros de paja
mucha seda, mucha alhaja,
¿por qué si nadie trabaja
sólo yo he de trabajar?
Y aquel bulín tan sencillo
del alegre conventillo
poco a poco perdió el brillo
y entró la envidia a roer
y, una noche, una de aquellas
noches tranquilas y bellas
en que todas las estrellas
se asoman al mundo a ver.
Aquella paica papusa,
retrechera y rantifusa
que aguantaba la marruza
sin protestar hasta el fin,
se vio en el espejo hermosa
y, resuelta, la envidiosa
ató sus pilchas, nerviosa
y se espiantó del bulín.
Llegó el garabo en la noche
y al no verla, ni un reproche
de sus labios se escapó.
Pensó en su amor un momento
pulsó luego el instrumento
y pa' aliviar su tormento
cantó sus penas al viento,
y el viento... se las llevó.
Pasó un día y otro día,
y la paica no volvía,
porque el mundo la absorbía
con su vana ostentación...
Y cantaba y se reía
del mundo y su algarabía
pero su risa era fría
porque, al reír parecía
que estaba su alma vacía
y vacío el corazón.
Aquella paica que un día
reina fue de la alegría
y del mundo se reía
con su risa artificial.
Triste y sola en su agonía,
como la tarde, moría
en la cama blanca y fría
de un frío y blanco hospital.