Ayer por la tarde, cuando el sol se hundía,
entre convulsiones de llanto y de tos,
desde una casita de un barrio apartado
surgió el eco triste de un último adiós.
La pobre obrerita que nunca en su alma
sintiera una tierna caricia de amor,
cual pálido lirio se fue marchitando,
esperando en vano perdió su eslplendor.
Murió la paloma,
esclava de un sueáo,
que siempre en la reja
la han visto esperar
al hombre que, acaso,
su almita soáara,
sin tener la dicha
de verlo llegar.
Se fue murmurando su enorme desdicha,
pensando en un novio que nunca llegó.
Llevaba esculpida en sus negras ojeras
la huella profunda de lo que sufrió.
Jamás en su reja, cubierta de flores,
oyó las endechas de un dulce cantar.
Y ha muerto soáando en un traje de novia,
que nunca ha podido su busto adornar.