Cuántas veces en las noches al mirar los pordioseros
siento en mi alma una pena que no puedo remediar.
Y me acerco a los que dicen, con sus ayes lastimeros,
el dolor de estar durmiendo junto a un mísero portal.
Los contemplo con un dejo de pesar que me quebranta
porque caen, dentro de mi alma, las angustias sin cesar
y parece que en mi pecho la tristeza se agiganta
porque siento los dolores de los que sufriendo están.
Me rebelo ante el destino cruel
que miseria y dolores da,
y apenado me pregunto:
¿dónde está la caridad?
¿Dónde se halla el gesto altruista
que de grandezas se puebla?
¡Si a los que andan entre niebla
no se les tiene piedad!
Miro a todos los que pasan sin que nada los consuele,
sin que nada les preocupe de la vida en su ambular,
y no saben, de egoístas, que la frase que consuela
vale tanto o más acaso, que la misma caridad.
Mientras sigo, me pregunto si no clavarán mi vida
las garras del infortunio que castigan más y más.
Pues comprendo que en la vida puede haber una caída
y pasar noches amargas junto a un mísero portal.