(A Nelson Villagra)
¿Dónde estará Higinio Muna,
baqueano de trueno y rayo
que mataba de a caballo
bajo su buena fortuna
hasta que lo arqueó la luna?
¿Dónde paró Rosa Huecho,
la del calzón amarillo,
que se fajaba dos pechos
hasta que se hizo un ovillo
contra el fulgor de un cuchillo?
¿Cuál habrá sido el anclaje
del que torcía los ríos,
del que oficiaba los gajes
de la que urgió los corajes,
de los que hilaron con frío
la mortaja de su viaje?
¿Qué fue de Ascanio Zarzalla,
que amarró una nube al sueáo,
soldó el sueáo a su metralla
y la metralla al empeáo
hasta pasarse de agallas?
¿Habrán matado Ubaldina,
cardo de pulso profano,
que con hilos de neblina
y una aguja en cada mano
cosió su rabia al paisano?
¿Pero quién la luz entona,
pero quién la sombra puebla?
No preguntes, preguntona,
que hubo sangre derramada
tras de tanta historia alzada,
tras de tanta tierra y niebla,
tras de tanta tierra y niebla.